7 de Julio 2002 EL BUEN “GOYO” Por : Fernando Llama Alatorre Torreón Coah. Mexico pag web: www.internetual.com.mx/llama
Hace un par de semanas 4 amigos nos fuimos a mi rancho con la sola idea de disfrutar de un fin de semana en el campo . Les juro que tenía pensado hacerles el relato yo mismo, pero mi buen amigo Gregorio Muñoz ,se me adelanto, y fueron tan expresivas sus palabras que preferí “pirateármelas” , y de pasada crearle un buen disgusto a mi amigo Yamil Darwich por “piratear” ideas . Valga esto para que Ud. se de cuenta de lo bien que se puede llegar a escribir, y de la hermosa forma de.... plasmar una idea. Y dijo Goyo: Finaliza mayo envuelto por el cálido aliento del desierto lagunero que nos ha obsequiado con temperaturas que decimos “poco usuales”. La memoria nos juega una mas de sus comunes bromas, obligándonos a decir que como estos calores, jamás ha habido otros. Nos disponemos a iniciar un viaje que por dos días nos mantendrá en convivencia fraterna. Vamos provistos de alimentos, una amistad de treinta años y la firme voluntad de derrumbar el mito de la sempiterna bondad de los tiempos idos, El recorrido de trescientos kilómetros fluye al ritmo del vehículo, de la música, de las bromas y del recuento de las vivencias personales. Y todo transcurre sin un libreto previo. El orden aleatorio de la memoria va marcando la pauta. Entre cerros de áspera piel y formas caprichosas, la geografía del sur de Coahuila se revela ante nosotros como algo inmutable y permanente. Somos observadores fugaces de un paisaje agreste y desolado. Arribamos a la primera y única escala. Nombre que suena a oasis, a misterio y a historia. Cuatro Ciénegas se acurruca en las estribaciones de la Sierra de la Madera. La disposición ortogonal de sus calles, la fronda de sus árboles frutales, la sólida arquitectura de sus casas, son fieles testimonios de la impronta cultural novo-hispana. Es imposible de un vistazo conocer algo mas de la ciudad. Solo nos permitimos reconocer algunos gestos que aquí y allá hemos visto en otras ciudades ó en otras latitudes. Adivinamos las casas de patio y de zaguán. Las actividades domésticas que por siglos se heredan y repiten, también la heterogénea huella del progreso. Las desiertas calles nos hablan en silencio de mil y una historias personales. De los pequeños grandes dramas condenados al olvido, que son al mismo tiempo la urdimbre de la vida. Entramos en la recta final hacia nuestro destino. El chaparral de gobernadoras, de huisaches, de lechuguilla, de yucas, de mezquites y de caliche; envueltos en una nube de polvo, son el árido marco de bienvenida. Fernando nos platica del génesis de la propiedad, y como de cazador furtivo pasó a ser propietario rural de cinco mil hectáreas hoy dedicadas a la ganadería y a la cacería legal. Nos habla también de sus sueños y sus frustraciones de novel ganadero. Mientras, Yamil Darwich y Juan Barraza apoltronados en sus asientos se niegan a abrir las puertas de los potreros y ociosamente viajan a sus anchas. Relajados en todos y con todos los sentidos, arribamos al fin. Como epítome de su caminar por la vida, en “El Espejo”, Fernando ha plasmado su voluntad creadora. Ora llevando las ondas hertzianas en ascensos increíbles de estructuras metálicas y generadores solares para mantenerse en contacto con el mundo exterior, ora canalizando el agua, extrayéndola de la entraña calcárea ó dando energía eléctrica a pozos y casas. En suma, dando vida en silencio a la dura epidermis del desierto. Ubicada en un rellano casi al final de una cañada, la casa del rancho descansa entre mezquites con una terraza que mira al sur y hacia un bordo para contener el agua. Le rodean la casa del caporal, los corrales, el embarcadero, una pequeña pila de agua y un asador. Al interior, sobre las paredes han quedado plasmados en fotografías, grabados, aperos de trabajo y piezas de taxidermia, que denotan los gustos y los momentos vividos aquí por dueños y visitantes. Austeridad sin incomodidades es el sello del recinto. Un lugar seguro donde convivir, comer, dormir y asearse. La charla previa a la cena gira en torno a las bromas con Raúl el caporal, quien con sencillas reflexiones nos ubica en su filosofía e historias personales, espejo también de un orden que poco a poco se extingue, atropellado por el arrebato de la vida urbana. La hora de la cena llega. El olor de los frutos del mar y de la tierra, de los zumos de la vid, del carbón, del pan y de los quesos nos toman por asalto. Terminamos finalmente dando cuenta de ellos. Como un paréntesis, la charla se dispersa en mil trivialidades. Caída la noche, nos instalamos fuera del cobijo de la casa a observar el cielo oscuro . La nitidez del reproductor de compactos es por el momento nuestro vehículo para viajar al pasado. Tarareamos, adivinamos o componemos las letras de canciones que descansaban en los intrincados vericuetos de la memoria. Entre la nostalgia, el optimismo y la reflexión, sentados en el mismísimo ombligo del universo y viendo al infinito se nos revela el verdadero significado del lugar: “Espejo de Obsidiana”. La noche es profunda y luminosa. La limpidez del aire, la altitud y el aislamiento que propicia la cañada, son factores determinantes para que la bóveda celeste exhiba todo su esplendor. Esta contundencia nos muestra al mismo tiempo el tamaño de nuestra ignorancia. Desconocedores del orden oculto de los astros y planetas, atisbamos rudimentariamente el camino de leche y la zoología astral. Quedamos en un instante prendados del espacio que es desde aquí, un enorme plano oscuro tachonado de gigantes y enanas, de luces fugaces y titileos. Deducimos de esta inmensidad, profundidades infinitamente mayores a cualquiera de los océanos.. Boquiabiertos divagamos sobre el potencial del Hubble, de los ovnis y de la velocidad a la que la luz viaja. Como una iluminación el universo se nos revela en un orden fugaz ó eterno . El remoto siseo de unas turbinas lejanas, nos refiere a las rutas aéreas, un centellear rojo acompaña a las naves indicándonos el trayecto de su viaje. Este es el espacio donde en otras noches babilonios, griegos, chinos, mayas y un sinnúmero de pueblos, han dejado huellas onomásticas. F.Llama: Como
pudieron ver, el buen Goyo, no solo atiende con esmero a sus
clientes en su restaurant Argentino , sino que también – en
sus ratos de ocio- le hace al “escritor”. Y aquí , sin ocultar
un trasfondo de envidia , debo decirles que.. “es mejor cocinero
que escritor”. Pero júzguelo usted mismo , Por hoy ya vio sus escritos,
mañana quizá pruebe sus “guisos” , si es que el destino
ó la mera casualidad lo hacen pasar algún día
por “La Garufa”...del buen Goyo.
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